LA SALAMANCA: LA CUEVA EN SANTIAGO DEL ESTERO DONDE SE PACTA CON EL DIABLO
La vieja historia de que alguien que tiene destreza con algún arte u oficio hizo un pacto con el diablo se explica en algunas provincias del norte argentino a través de la leyenda de “La Salamanca”. Se trata de una cueva donde brujas y demonios (y animales y monstruos, como se verá) dan rienda suelta a sus celebraciones, unas verdaderas bacanales donde corre el aguardiente, los bailes desenfrenados, la música a todo volumen, toda suerte de brebajes que operan como estimulantes para los asistentes y naturalmente, el sexo.
Todo indica que la cueva de La Salamanca se encuentra en Santiago del Estero, lo cual es algo raro, si tenemos en cuenta que la geografía de esa provincia carece de elevaciones montañosas. Con todo, muchos adictos al saber popular dicen que el sitio estaría escondido entre las breñas que rodean a Salavina, el pueblo santiagueño famoso porque es la cuna de la chacarera y ha dado músicos notables.
Por eso dicen que ese virtuosismo es fruto de ese pacto con el demonio. Ahora bien, toda esta historia es más compleja de lo que parece. Como se dice, vulgarmente, “la casa se reserva el derecho de admisión”, de modo que entrar a la cueva no es para cualquiera. Solo puede encontrar la entrada aquel que conoce la palabra que la hace visible. O sea, una suerte de “¡Ábrete, Sésamo!” y ya está el conjuro para entrar.
Pero una vez adentro (y acá nos basamos en una parte de esta historia que nos viene de los indios guaraníes), el aventurero debe pasar sí o sí por tres pruebas iniciáticas que te las regalo: la primera consiste en resistir el ataque de un chivo maloliente de ojos rojos, la segunda en aguantar los anillos de una enorme serpiente peluda llamada viborón o culebrón y la última, vencer a un horrible basilisco criollo (criatura mitológica como un gusano gigante de un solo ojo centelleante que te paraliza con la mirada).
Ahora bien, ¿Cuál sería entonces el beneficio del audaz que se anime a ingresar a esta cofradía si tantos y tan poco amables son los requisitos de bienvenida? Lo que pasa es que La Salamanca, como se dijo, es un lugar diabólico. Por eso, el que manda allí es Zupay, el diablo, en idioma quechua. Allí, el ángel caído enseña sus artes y es el lugar donde las brujas realizan sus reuniones tres veces por semana. Y, como veremos, es la escuelita donde recibirán los dones los que se inician en la práctica del maleficio, o los que van a aprender toda suerte de maña, destreza o habilidad. Por eso, no hay provincia norteña donde muchos no crean a pie juntillas la existencia de este antro.
Según la imaginación popular, allí van desde el famoso cantor o guitarrero hasta el bailarín del pago, desde la moza que enamora a todos los hombres que quiere hasta la vieja bruja experta en la preparación de “gualichos” para hacer daño. La lista es grande. La curandera también es probable egresada de La Salamanca, lo mismo que el gran cazador o domador, aquel que piala con destreza en el rodeo, aquel que es imbatible en las carreras cuadreras y, en general, todo aquel que se ha destacado en la pelea, el amor, o en el trabajo. Pero no avancemos porque recién ingresamos a la antesala de La Salamanca.
Me contaron en Catamarca, algunos que si no anduvieron adentro le pegan en el palo, que a la cueva, el iniciado debe entrar desnudo. Eso, como la primera regla. Luego, será guiado por un cuervo por un largo pasillo y en el camino debe escupir sobre una imagen sagrada, generalmente un crucifijo de grandes dimensiones que está colgado al revés, cabeza abajo.
El aventurero debe pasar por tres pruebas iniciáticas: resistir el ataque de un chivo maloliente de ojos rojos, aguantar los anillos de una enorme serpiente peluda y vencer a un horrible basilisco criollo.
Como se ve, hay que tener mucho valor para encarar esta incierta aventura. Recién entonces, el hombre o la mujer están en condiciones de ingresar a la gran sala de piedra que está iluminada por lámparas a base de aceite humano.
Qué ve el visitante
En principio, en plano general, un gran aquelarre (que así se llama la reunión de diablos) donde todos cantan, beben y se nota una gran animación en el ambiente. Si bien en ese recinto subterráneo abundan los sapos, escuerzos y arañas peludas de gran tamaño, más los otros bichos repugnantes antes mencionados, se supone que si el iniciado ya superó las pruebas estará en condiciones de unirse a la cofradía sin ser molestado. Si uno observa con mayor atención, haciendo foco en sitios determinados, verá orgías aquí y allá, y lo más singular: de repente, las viejas y los viejos se transforman en jóvenes, los enfermos se curan, la fealdad se cubre de hermosura.
En Santiago del Estero, en casa de los Camacho, monte adentro, cerca de Salavina pregunté qué hacía el iniciado a partir de ese momento y Celino, el mayor de los hermanos, me dijo:
- Bueno, el neófito ya es vencedor de las pruebas, y a partir de ese momento, puede pedir lo que quiera, que Zupay se lo concederá.
- ¿Y si de golpe se arrepiente, no le gusta lo que ve o quiere romper el pacto?-, le pregunté
- Se vuelve loco al salir.
El gran interés que despertaron estas narraciones hizo que fueran un excelente recurso para infundir miedo
Así las cosas, ya no hay remedio: el recién llegado será uno de ellos y los demás lo reconocerán fuera de la cueva, porque, así como los vampiros no se reflejan en los espejos, los salamanqueros no proyectan sombra alguna.
Zupay recluta diablos
Es una buena pregunta. Por el lado de Santiago, dicen que los solitarios sacheros que andan en lo profundo del monte suelen escuchar una música irresistible en la lejanía de la espesura. Se les llama sacheros a los que vienen o viven monte adentro. Y también a los que hacen instrumentos musicales a partir de las maderas del monte con sus propias manos. A esos instrumentos, se los llama sacha-guitarras.
Los hombres y mujeres del monte, los sacheros, son presa fácil de la tentación de Zupay: el encanto es casi perfecto, a no ser que el caminante posea fuertes convicciones religiosas para espantar el hechizo. O que lleve un rosario en sus manos. La lucha interna no será fácil, la víctima se encamina directamente hacia la cueva como si estuviera drogada, pero el tironeo siempre lo gana con el corazón aquel que reniega de las malas artes y se inclina a hacer el bien.
A veces, el mismo diablo sale de La Salamanca a buscar adeptos. En ese caso, toma la forma de Mandinga (el diablo según lo imagina el gauchaje nuestro) y se aparece en los boliches de campo y en las fiestas como un criollo más, pero de mirada penetrante y mefistofélica, vestido lujosamente, con adornos de plata. Suele bailar mejor que nadie y gracias a sus encantos, podrá llevar la moza que elija de la fiesta.
La historia de La Salamanca también llegó al Chaco, de la mano de los obreros santiagueños que fueron a trabajar en La Forestal. Nostálgicos por las noches junto al fogón, contaban a los jóvenes historias como esta de La Salamanca. Es una forma de trasmitir el legado cultural de una generación a otra, desde ya. Pero el gran interés que despertaron estas narraciones hizo que fueran un excelente recurso para infundir miedo, aumentar el prestigio de los narradores como hombres sabios, experimentados y conocedores y, de paso, trasmitir pautas culturales y valores de tipo ético y moral.
Esta gente eran simples trabajadores, acaso sin educación formal, pero muy ingeniosos: fabulando historias que interesaban sobremanera a los cándidos repertorios, explicaron el origen del mundo material, satisficieron la curiosidad respecto de los fenómenos internos del alma, dieron a conocer reglas de comportamiento social y encontraron algún tipo de respuestas a la gran duda sobre el origen del mundo.
Origen europeo
Muchos aseguran que a La Salamanca concurren a hacer pactos con el diablo diversos artistas que quieren utilizar al máximo sus dotes. Varios artistas han reflejado la Salamanca en sus obras tanto plásticas como musicales. También hay Salamancas en Buenos Aires, frente al río, más precisamente en la localidad de Obligado. Es la más conocida de un sistema de cuevas sobre las barrancas que caen al río Paraná. Obviamente recibe su nombre de la leyenda ya que se creía que era un antro infernal.
Finalmente, hay que decir que la creencia de La Salamanca proviene de España. Cuando terminaron de desalojar a los moros, se tejieron historias sobre las prácticas de brujería y magia negra que llevaban a cabo los invasores en las cuevas de las montañas. Por cierto, la más famosa era la Cueva de La Salamanca. Como se sabe, hay una ciudad en España con ese nombre. La Cueva de Salamanca existió realmente.
¿Y dónde? Nada menos que en la cripta de la antigua iglesia de San Cebrián, que fue derribada en el siglo XVI y que actualmente ya no existe. Según la leyenda, el mismo diablo daba clases de nigromancia en la cueva. La nigromancia es magia negra: se invoca a los espíritus de los muertos para predecir el futuro, pero sobre todo para producir un daño a otras personas.
Cuentan en España que el diablo usaba la cripta para enseñar ciencias ocultas y magia negra a siete alumnos durante siete años. Pasado este tiempo, uno de ellos tenía que quedarse con él para servirlo.
El marqués de Villena fue uno de sus alumnos y cuando tuvo la mala suerte de ser el elegido para permanecer junto a Satanás huyó, perdiendo su sombra en la huida, hecho que le hizo permanecer señalado con el dedo por el resto de sus días. Imagínense: un hombre que no da sombra con el sol es como los vampiros que no se reflejan en los espejos. Aparte, ¡qué solo debería sentirse este pobre señor!
La leyenda viajó a América de la mano de los conquistadores y de los curas que los acompañaron y se fue adecuando a las distintas regiones del país. La política de los curas españoles de “extirpación de idolatrías” era como una Inquisición en América. ¿En qué consistía? En perseguir las prácticas religiosas de los nativos, asociándolas con el mal y la figura del diablo buscando evangelizar a las poblaciones indígenas, condenando su religión.
Obvio que el control de las creencias era una forma de los españoles de dominación. Pero hubo una resistencia que se llamó Taki Ongoy, que quiere decir algo así como canto de las estrellas. Y aludía a los cánticos y danzas rituales que practicaban los indios poseídos por los dioses antiguos, que estaban muy enojados por haber sido suplantados por el cristianismo. Esta resistencia duró mucho tiempo y los indios no la olvidaron: aunque no pudieron lograr nada, siempre exigieron la vuelta al culto previo y la restauración del imperio inca. Para los españoles, el Taki Ongoy era una práctica asociada por la iglesia colonial con la brujería de los indígenas y el culto al demonio. /TN