LEYENDAS URBANAS: EL ROPAVEJERO

Era una noche oscura y lluviosa cuando decidí aventurarme por las calles desiertas de un barrio abandonado. Me había enterado de la existencia de un antiguo ropavejero que escondía secretos escalofriantes en su enigmática casa.

Con precaución, me adentré en el lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. Caminé por pasillos oscuros, en medio de montañas de ropa vieja y objetos desechados. El olor a humedad y decadencia impregnaba cada rincón, mientras una sensación inquietante se apoderaba de mí.

De repente, encontré una puerta trasera entreabierta, invitándome a una zona prohibida. Con la curiosidad como motor, decidí adentrarme en aquel misterioso espacio. Cada paso que daba, sentía los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos.

El ambiente era opresivo y el silencio se hacía cada vez más insoportable. Al girar una esquina, descubrí una habitación pequeña, la más tétrica de todas. En su interior, se amontonaban cajas llenas de polvo y telarañas que no habían sido tocadas en años.

Al acercarme, escuché un ruido siniestro proveniente de una de las cajas. Con manos temblorosas, retiré la suciedad acumulada y abrí el viejo contenedor. Mis ojos se encontraron con algo que heló mi sangre: huesos humanos.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me percaté de que el antiguo ropavejero no solo ocultaba ropa vieja en su casa: también escondía los restos de sus víctimas. El horror se apoderó de todo mi ser, pero una compulsión insana me hizo seguir explorando.

Encontré un oscuro sótano al que descendí con cautela. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones enigmáticas y símbolos malévolos. A medida que caminaba, una sensación de presencia siniestra me envolvía, como si algo o alguien me estuviera observando.

En una esquina, descubrí una puerta entornada que daba paso a una sala aún más lúgubre. En su centro, se encontraba una mesa cubierta de extraños instrumentos quirúrgicos y frascos con sustancias desconocidas. Había una extraña mezcla de sangre fresca y podredumbre en el aire.

Sin previo aviso, escuché pasos detrás de mí y el crujir de una puerta al cerrarse. Mi corazón se aceleró y el pánico se apoderó de mí. Di media vuelta y me encontré cara a cara con el ropavejero, quien sonreía siniestramente.

Con rapidez, intenté huir, pero mis piernas no respondían. El ropavejero se acercó lentamente, mostrando su verdadero rostro: pálido, con ojos oscuros y una mirada insaciable de sangre.

Mientras me acorralaba con sus manos frías y huesudas, me susurró al oído: «Serás mi próxima adquisición». En ese momento, la desesperación se apoderó de mí y me sumí en la oscuridad, sin saber si lograría escapar de aquel siniestro destino.

Desde entonces, nadie volvió a verme. Mi desaparición se convirtió en parte de la leyenda urbana del barrio abandonado, donde el ropavejero ocultaba algo más que ropa vieja en su casa: saciaba su sed de sangre con aquellos que osaban cruzar su camino.

Fuente:Leyendas Urbanas

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