Nuestras Historias: LA LEYENDA DEL CABAYÚ CUATIÁ

En un tiempo fuera del tiempo, el Dios del trueno y de las aguas había creado a la humanidad en una ceremonia en la que formó estatuitas de arcilla representando al hombre y a la mujer. Luego de soplar la vida en estas formas humanas, creó los espíritus del bien y del mal que los acompañarían siempre. Pero a todos les regaló una oración para agradecer y pedir al dios lo que necesitaran.

Mucho después del diluvio y de la segunda creación de la tierra, los hombres abandonaron su lugar de origen en busca de una tierra mítica donde no existiera ningún castigo, no habría
desventuras ni sufrimientos y donde nada se destruiría.
Preguntaron a los vientos de las cuatro direcciones hacia dónde debían dirigirse y emprendieron su viaje hacia el Sur, hacia la TIERRA-SIN-MAL, donde moraba la mujer del creador del mundo, la MADRE-DE-TODOS. El viento Norte sopló cálido y suavemente haciéndoles llegar las semillas que habrían de germinar en la tierra nueva. Mandioca, zapallo, maíz, pimientos, porotos, tabaco, maní, yerba mate y algodón viajaron en sus morrales palpitantes por la excitación que les producía un viaje tan largo y hacia lo desconocido.
A cierta distancia, el yaguareté, la serpiente, el mono, el colibrí, el sapo y la mariposa los seguían y protegían su marcha afanosa a través de la selva cálida, fragante y húmeda. Las plantas les ofrecieron sus frutos y también atrapaban en sus hojas el agua de lluvia para que pudieran beberla. Finalmente después de mucho andar llegaron a la orilla del PADRE-DE-LOS-RÍOS, al que pidieron que los ayudara a llegar a la TIERRA-SIN-MAL. Las aguas se agitaron en suaves remolinos mientras se acercaba a la orilla un gran pez de escamas amarillo oro, quien les enseñó a hacer las canoas en las que navegarían utilizando la corteza que les regalaron ancianos árboles gigantescos. Cuando los hombres estuvieron listos para partir lloraron porque los animales no podrían seguirlos. Pidieron, cantando y danzando que no los separaran. Cientos de mariposas y colibríes danzaban con ellos. Muy cerca los sapos croaban y croaban cada vez más fuerte, y los monos aullaban ensordecedores. Más allá del follaje se percibían los ojos del yaguareté y la hierba se ondulaba con sutileza ante el deslizar de la serpiente. De pronto se hizo un silencio total de asombro: a la orilla se acercaba un enorme camalotal en el que podrían viajar los animales.
Los hombres remaron río abajo siguiendo a los animales. Varias veces el sol se disolvió en las aguas hasta que una noche de luna llena, el camalotal se varó en una playa dorada al pie de un barranco.

Los hombres desde sus canoas miraban con recelo tratando de ver más allá de lo que permitía la noche. Mientras los animales, felices, fueron los primeros en bajar a la tierra y perderse en el monte. No tuvieron duda, los animales, que habían sido su protección y guía, la habían reconocido como la TIERRA-SIN-MAL. Llenaron sus pulmones a pleno con el aroma de las hierbas nuevas, encallaron sus canoas en la orilla y sintieron la arena suave en la planta de sus pies. Decidieron hacer una fogata y dormir en la playa… Cansados por el largo viaje, se quedaron dormidos casi sin darse cuenta.

Durante mucho tiempo, los hombres vivieron escuchando los latidos de la tierra nueva, y de acuerdo a sus ritmos sembraron las semillas que habían traído desde el Norte. También cazaron y pescaron animales y peces desconocidos. Construyeron sus casas sobre el barranco con vista a la desembocadura de un arroyo en el PADRE-DE-LOS-RÍOS. Todas las tardes contemplaban el sol despidiéndose en el horizonte de agua. Y todas las noches, acompañados por la luna, contaban sus historias alrededor del fuego.

Todo esto fue así hasta que otros hombres -que se tapaban el cuerpo con mucho metal y montaban sobre animales extraños y hermosos a los que llamaban caballos- llegaron, desmontaron, construyeron sus casas y los obligaron a trabajar para ellos todo el día, todos los días. Ya no tuvieron tiempo para hablar con los animales y las plantas, con el sol y la luna, para escuchar a los vientos y el pulso de la tierra. Entonces sus cuerpos fueron esclavizados, dejaron de sonreír y de contar sus historias alrededor de las fogatas. Empezaron a olvidar quienes eran, de donde habían venido…y sus almas fueron esclavizadas. Comenzaron a debilitarse lentamente y enfermaron.

La MADRE-DE-TODOS recibió con dolor los huesos de los primeros muertos sin razón. Se compadeció al ver que estaban siendo extinguidos, que sus espíritus vagaban sin propósito. Temblando de ira envió al rescate a las fuerzas del inframundo que habitaban sus entrañas…
La tierra se abrió rugiente de cascos a lo largo del cauce del arroyo, que desbocado y arrasador, limpió todo a su paso. Dicen que al sentirlo, con tal ímpetu y espumoso, los hombres vieron que el espíritu del arroyo era un caballo blanco, brioso, incorruptible… El agua alcanzó a los conquistadores, que corrían aterrorizados. Los arrastró junto con sus armas, casas y corrales hacia el PADRE-DE-LOS-RÍOS que los esperaba hambriento, hundiéndolos en lo más profundo de sus aguas, los empujó hacia el mar por el que habían llegado y sólo perdonó a los caballos, que liberados se refugiaron en el tope del barranco.

Los hombres que habían venido en busca de la TIERRA-SIN-MAL, incrédulos, observaban desde arriba y entonces comenzaron a recordar quiénes eran. El silencio llegó con un arco-iris vibrante. Abajo, el espíritu guardián del arroyo se cubrió con una pacífica bruma, espesa y blanca. En ese momento los hombres lo nombraron: Cavayú Cuatiá.
Palabra más, palabra menos esta es su historia…y sólo pudieron volver a verlo los niños y los poetas…


Leyenda rescatada por ARTISTAS PACEÑOS y escrita por Alejandra Miranda
FB ARTISTAS PACEÑOS
FB Alejandra Miranda
www.alejandramiranda.com.ar

Fotos JUAN FRUTOS BOLOGNINI- The Peatonal

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